Educación inclusiva, derechos humanos y transformación de las escuelas
La discusión en estas páginas se ha centrado en cómo avanzar hacia un proyecto social, político y cultural de largo alcance, que necesita cuestionar la relación entre los sistemas educativos y la ideología de mercado; es decir, la subordinación de la educación al mercado a través del desarrollo del emprendimiento, la competitividad, la meritocracia (Apple, 2004, 2005; Masschelein & Simons, 2005) y el ableísmo neoliberal (Goodley, 2014). La educación inclusiva es una cuestión de justicia social, que desbarata las formas de relaciones capitalistas en las escuelas (Apple, 2015; de Beco, 2018) que valoran a los estudiantes solo en función de su productividad. Estas relaciones se manifiestan, por ejemplo, en un debate público centrado básicamente en los recursos, hasta el punto de que los niños vulnerables se convierten en última instancia en el medio para que las escuelas obtengan recursos. A pesar de estar en la agenda política internacional, «algo huele raro» aquí, como señala Slee (2018). Es lo que Waitoller (2020) ha llamado «educación inclusiva neoliberal».
A pesar de algunos logros alcanzados en el marco del proyecto de hacer la escuela más inclusiva, estas contradicciones también están presentes en la omnipresente razón jurídica frente a la razón ética (Skliar, 2008). No cabe duda de que su consideración como derecho humano constituye una palanca fundamental para un cambio muy necesario. Pero también es evidente que no todo puede resolverse mediante una declaración. Las narrativas hegemónicas de las escuelas suelen eclipsar algunos nuevos discursos y prácticas que tienen potencial para la construcción de identidades. Estas narrativas alternativas superan las formas actuales de relación y creación de sentido (Adami, 2014; Calderón- Almendros & Calderón-Almendros, 2016; Calderón-Almendros & Ruiz-Román, 2016), permitiendo una resistencia más fuerte y una resiliencia personal y colectiva. Esto se basa en el reconocimiento de nuestra humanidad: podemos reconstruirnos gracias a la educación.
Mirando la historia, nunca ha habido equidad en las posiciones sociales. Asumir que la educación inclusiva es un derecho humano, no sólo nominalmente sino con todas sus implicaciones, significa reconocer el valor intrínseco de la persona en el ámbito escolar, lo que a su vez cambia su lugar en el mundo. Sólo desde una perspectiva que incorpore centralmente la redistribución y el reconocimiento (Fraser & Honneth, 2003; de Beco, 2018) será posible dar contenido a la débil educación inclusiva que hoy es motivo de preocupación en todas partes. Debe ampliarse buscando alianzas entre diferentes grupos y movimientos sociales (Apple, 2015) para hacerla más interseccional y permeable a la realidad social (Artiles & Kozleski, 2016; Waitoller, 2020). Solo cuestionando las fronteras que nos definen y dividen nuestras luchas y sueños podremos construir una pedagogía inclusiva y radical que se base también en nuestro protagonismo en la historia (Soldevila-Pérez et al., 2022).